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Versalles.

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Existen lugares históricos que el azar convirtió en escenarios míticos. Los hechos son recordados muchas veces por sus escenarios y los espacios recuperados para el reconocimiento histórico parecen trasladar a quienes los visitan. En la Capilla Sixtina, qué poco cuesta imaginarse a Miguel Ángel colgado en sus andamios…

Versalles acoge cuatro museos curiosos fuera de su palacio, muy diferentes entre sí, muy distantes en sus conceptos expositivos y en sus filosofías, unos públicos, antiguos y con un patrimonio heredado pintoresco, y alguno privado y muy especializado. Me refiero a los museos de la Historia de Francia, el de Carruajes, el de Lambinet y el de la Osmoteca, que tiene un fondo de perfumes muy sugerente. Te cuento algo sobre ellos:

Versalles es una localidad de algo menos de cien mil habitantes situada en las cercanías de París. Es mundialmente famosa por su Palacio de Versalles, lugar histórico de muchos de los acontecimientos del devenir de Francia a lo largo de los tiempos y residencia de la realeza. En el Palacio de Versalles vivió una nobleza cortesana, diletante que vivía para entretenerse e intrigar. Si las paredes del Palacio de Versalles pudieran hablar, nos asombrarían.

Si me preguntaran cuáles son mis ciudades favoritas, sin duda alguna, me vendría inmediatamente a la mente la colosal ciudad de París, uno de los lugares más especiales y hermosos que he visitado, el cual posee un ambiente muy singular. Quizás por éstos y otros muchos motivos la ciudad de las luces ha sido escenario de multitud de películas que todos conocemos y es algo muy frecuente al visitar la ciudad el toparse con un rodaje (bien sea de una película, serie o spot) en plena la calle.

Los palacios fastuosos de Versalles, o los mismos castillos del Loira, siempre se me han antojado como grandes parques temáticos. Especialmente cuando se los visita en los días de agosto, cuando los turistas parecen hacer de las residencias algo parecido a un hormiguero. Y es que, cada año el Palacio de Versalles, por ejemplo, recibe una media de tres millones de turistas; los jardines, siete millones. Ahí es nada.

Las residencias reales, las de condes y duques, en un país como Francia orgulloso de su republicanismo, me parece que se han quedado como palabras sin voz para sostener cualquier discurso en defensa del papel de una vieja nobleza que hizo historia. Las grandes casas están, pero nada de lo que fue es. Todas me parecen, como digo, escenarios vacíos.

Y ninguna dependencia me inspira una sensación de vaciedad mayor que la que daba vida a las fuentes y cascadas de la propiedad de un primo del rey Luis XIV, Luis II de Borbón-Condé, los Jardines del Gran Condé en el Palacio de Chantilly.