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viaje a París

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La imagen de Nueva York, como la de muchas otras localizaciones con identidad global, está asociada a algo parecido a fotos fijas que guardamos en la memoria. El cine, las artes, han hecho mucho para marcarnos a fuego esa identidad. Y, bueno, si te hablo de Nueva York, seguro que te imaginas los rascacielos y la Estatua de la Libertad.

Tan potente es la imagen de la libertad levantando la antorcha que es la cara visible que se asocia también con ese sentido de la independencia de los pueblos. Me gusta ese símbolo de libertad tan hierático, tan mayestático. Tanto, que en uno de mis veranos en París me decidí a buscar, y, si era posible, a fotografiarme con cada una de las seis estatuas de la libertad de la capital francesa.

Fontainebleau es una localidad francesa situada al sureste de la capital París y a unos 55 kilómetros de distancia. Zona boscosa de caza y residencia de reyes desde el siglo XI, el Palacio de Fontainebleau, la joya de la corona, nunca mejor dicho; es una amalgama de edificios, jardines, de espacios dispares, organizados bajo un caos resultado de añadir época tras época nuevos conjuntos que resultan agradables a la vista y que representan, junto con el Palacio de Versalles, uno de los lugares emblemáticos de Francia que todo viajero debe visitar.

Francia es un estado aconfesional, sus ciudadanos hacen gala de ello, y, París, su capital, lo demuestra no haciendo ostentación de cultos o de encuentros religiosos en lugares públicos. La religión en París queda para dentro de las iglesias. Lo curioso es que la ciudadanía de París es multicultural, multirreligiosa, y, si bien, no hay una gran visibilidad en la calle de incluso las confesiones más mayoritarias, también es cierto que templos no faltan.