La Royal Mile es el nombre popular que recibe en su conjunto una serie de calles y callejones del casco histórico de la ciudad de Edimburgo, la Old City. Es el centro del centro de lo más representativo de la ciudad y el lugar de cita de miles de turistas cada año.
En un lugar de lo más concurrido de la ciudad de Edimburgo, los ciudadanos de cierta edad a los que les gusta figurar o llamar la atención y no pocos turistas advertidos harán por carraspear para sacar un escupitajo y manchar el suelo. Un gesto cargado de cierta autoridad y nobleza.
¿Nobleza escupir en el suelo? Pues sí, un gesto que allí no se considera falta, que no está penado por las ordenanzas municipales y que se puede decir que pone una nota continuista a una tradición de siglos. Pero no vale escupir en cualquier lado, de lo que se trata es de tirar a dar sobre el Corazón de Midlothian con desdén y flema escocesa.
Roma no se hizo en un día, ya lo dice el dicho, se construyó a lo largo de generaciones y su imperio se apuntaló con infinidad de leyes y obras, civiles unas, militares otras.
No hay ciudad europea, africana o asiática que no saque pecho cuando el descubrimiento de muros romanos enterrados puede convertirse en reclamo turístico. Otras ciudades se contentan con un patrimonio muchísimo menor, pero también hacen orgullo de monedas y ánforas naufragadas dos mil años atrás. Roma sigue teniendo mucho tirón popular.
Uno de esos lugares periféricos donde Roma dejó huella lo justo fue Escocia. Tierra de frontera, la Muralla de Adriano fue el limes británico con el que Roma quiso dejar en su rincón a las tribus de los belicosos pictos del norte allá por los primeros años de nuestra era.
Una de las cosas que más me gusta de la ciudad de Glasgow no tiene nada que ver con su patrimonio cultural, con sus edificios, sino con su ambiente. Entendámonos, me refiero a algo tan común como el tiempo atmosférico. Glasgow es una ciudad del norte de Gran Bretaña y, como es lógico, no es difícil que la encuadremos sin darle muchas vueltas entre las más brumosas y frías con las que podemos compararla. Se nos antoja como otra Edimburgo sombría.
Pues no, Glasgow no es así. Y por éso este comentario en su favor. Tiene un clima local que no se corresponde con su posición geográfica y, para los que la vamos a ver con espaciada frecuencia, se trata de una bendición. Porque Glasgow tiene un clima parecido al de las ciudades del centro de Gran Bretaña. Una visita a Glasgow en primavera y, sobre todo, en verano, es, por ese motivo, singular, toda una experiencia.
A nosotros, las gentes del sur, los que tenemos como horizontes el Mediterráneo y las costas más cálidas del septentrión de Europa; los viajes al frío eterno y a los climas lluviosos de las tierras del norte, del verdadero norte europeo, nos seducen. Bueno, sólo para disfrutarlos por un corto periodo de tiempo en la confianza de que regresaremos con recuerdos y agradables descubrimientos y experiencias de viaje a nuestros tiempos soleados.