Pinamar es una localidad de la costa argentina en el frente marítimo norte del país. 349 kilómetros la separan del kilómetro cero de la ciudad de Buenos Aires. Es una ciudad balneario, como la llaman en esas latitudes. Turística que diríamos en España.
¿Te gustaría ver cómo una inmensa flor se abre en los minutos del amanecer y se cierra cuando el ocaso del sol cierra el día? No es ninguna maravilla natural, te advierto, pero sí que es, desde mi punto de vista, un pequeño gran prodigio mecánico que descubrí en uno de los parques de la ciudad de Buenos Aires.
Se trata de una escultura grande en forma de flor que abre sus pétalos en esa secuencia de tiempos y que es una de las originalidades que podrás descubrir en un viaje a Argentina y a su capital Buenos Aires.
Cariló es una palabra que en lengua mapuche austral significa Médano verde. Y el nombre es ajustadísimo para esta localidad de la costa argentina en la que la mano del hombre dio una oportunidad a la naturaleza. Creo un hábitat de la nada, un enorme jardín de biodiversidad donde no existía, una destrucción de la naturaleza en positivo. Te cuento su historia con la esperanza de que pongas a Cariló en tu agenda de viaje.
Cariló es una de las zonas turísticas más conocidas y populares de los argentinos por su localización junto al mar, por la naturaleza aparentemente feraz por la que se la reconoce y especialmente porque se encuentra dentro del área de influencia urbana del Gran Buenos Aires. Cariló es el ombligo del mundo para las vacaciones familiares bonaerenses.
Los museos grandes, las pinacotecas famosas, las hemos visto en multitud de formatos que nos han dejado descubrir sus mejores contenidos aún antes de poner el pie en ellos y plantarnos frente a sus colecciones. Cuando lo hemos hecho, hemos reconocido al natural lo que ya sabíamos de lejos. Eso nos ha pasado con ‘La Gioconda’ y el Louvre, ‘Las Meninas’ y el Prado o con el mismo ‘Guernica’ de Picasso.
Lo que tiene visitar un museo menor del que apenas se conoce su contenido, que además nos puede hasta resultar cultural o geográficamente ajeno, es que podemos caer en la sorpresa, pasar de sorpresa de una sala a la otra, descubriendo lo inesperado. Me ha pasado un buen puñado de veces.
Todas las ciudades arman su fisonomía básica en el imaginario colectivo sobre la base de sus lugares icónicos. Los que forman lo primero que nos viene al recuerdo cuando mentamos la ciudad. En la capital argentina, uno de esos iconos es el Obelisco de Buenos Aires, que, por más señas, representa, de alguna manera, lo mejor y lo menos mejor de la forma de ser y de convivir de los argentinos. Y es que su historia es un ejemplo evidente de las fuerzas latentes del ser argentino.
Argentina es una nación que se ha creado a sí misma a base de tomar lo mejor de lo que las culturas de sus emigrantes le fueron aportando. Así, es como se ‘fabricó’ el folclore popular, como surgió por ejemplo el tango, como se entonó el lunfardo voz de la calle bonaerense o como se trabaron las esencias de muchas de las fiestas y festejos en todo el país.
La capital bonaerense conserva algunos encantos que, busques como los busques, nunca encontrarás en su verdadera dimensión en las guías de viaje comerciales. Buenos Aires hay que vivirla y hay que buscarla donde late.
La vida social de los porteños y su carácter sólo se arañan si uno va a su encuentro en cafés, plazas y mercados populares. Un recorrido por ese itinerario turístico alternativo para conocer el Buenos Aires real puede iniciarse con una visita, en domingo, a la Feria de Antigüedades de San Telmo.