Vetheuil es un pequeño pueblo del norte de París, no muy lejos de Chantilly. El lugar y sus rincones sirvieron de inspiración a Claude Monet, uno de los pintores más grandes del siglo XIX. Monet buscó paisajes, luz y colores, entre las praderas y los márgenes del Sena. La casa en la que vivió sus ensoñaciones impresionistas entre 1878 y 1881 está en el pueblo y hay quien acude a verla por curiosidad o devoción intelectual. Sin embargo, la casa de alquiler de Monet no está habilitada como museo.
La Porte Saint-Denis de Chantilly es un edificio que no lo es, es una construcción que parece terminada, pero que no lo está y es un lugar clave de la ciudad, que es un congestionado acceso de vehículos, pero que apenas consta en las guías de viaje que describen el patrimonio de Chantilly. La Porte Saint-Denis es una pieza ausente y presente a partes iguales del patrimonio histórico y arquitectónico de Chantilly.
El Castillo de Chantilly ofrece un rincón muy curioso, un conjunto de viviendas bajas y una serie de zonas verdes que la envuelven, que fueron diseñados a finales del siglo XVIII con la finalidad de acoger y entretener a los invitados de la residencia y que hoy en día se considera un raro ejemplo de jardín anglochino.
¿Conoces la porcelana de Chantilly? Fue un artículo de lujo que volvió a nacer en Francia en el siglo XVIII con innovaciones químicas que mejoraron los diseños de las piezas tradicionales orientales. El Castillo de Chantilly guarda una importante colección que es un espacio de referencia para quienes disfrutan con estas pequeñas obras de arte con sabor histórico.
La necesidad de disponer de un suministro de fauna que cazar en las propiedades reales, obligó a los monarcas franceses y a los grandes nobles a criar a sus presas en sus propiedades.
El Museo Vivo del Caballo es una de las exposiciones permanentes más originales de los alrededores de París, algunos dicen que de toda Francia y yo me apunto a pensar que también de todo el mundo.
Los palacios fastuosos de Versalles, o los mismos castillos del Loira, siempre se me han antojado como grandes parques temáticos. Especialmente cuando se los visita en los días de agosto, cuando los turistas parecen hacer de las residencias algo parecido a un hormiguero. Y es que, cada año el Palacio de Versalles, por ejemplo, recibe una media de tres millones de turistas; los jardines, siete millones. Ahí es nada.
Las residencias reales, las de condes y duques, en un país como Francia orgulloso de su republicanismo, me parece que se han quedado como palabras sin voz para sostener cualquier discurso en defensa del papel de una vieja nobleza que hizo historia. Las grandes casas están, pero nada de lo que fue es. Todas me parecen, como digo, escenarios vacíos.
Y ninguna dependencia me inspira una sensación de vaciedad mayor que la que daba vida a las fuentes y cascadas de la propiedad de un primo del rey Luis XIV, Luis II de Borbón-Condé, los Jardines del Gran Condé en el Palacio de Chantilly.