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Cádiz

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Jerez es famosa por sus vinos, por las exhibiciones de doma española, por los laureles y las gestas de su circuito de motociclismo, por sus fiestas y por sus celebraciones religiosas y templos con historias cristiana y árabes. Si no me he dejado nada, ese es el listado básico de su patrimonio cultural que los foráneos reconocemos como jerezano.

Pero hay que plantarse en Jerez para ver que la ciudad nos puede ofrecer más. Mucho más. Tanto como trasladarnos a través de un túnel del tiempo con el tiempo de otros tiempos.

Maríamoco era una gitana de Cádiz que hizo de un tramo de las galerías bajo tierra de la ciudad su casa y la de su gente. La Maríamoco era, al mismo tiempo, una leyenda, lo suficientemente irreal como para que la chiquillería de los barrios no se atreviera a bajar a las galerías tapiadas, cerradas y anegadas de agua de mar.

Fíjate bien. Hay dos Cádiz, una la que vive en las superficie, la que apunta y despunta en guías y postales, la de bares, catedral, iglesias, callejuelas y puerto; y otra, subterránea, la que no se ve.