Tag

Nuevayork.travel

Browsing

Atlantic City es la ciudad de las playas, la de los espectáculos y por supuesto la de los casinos que han retratado infinidad de películas, aunque el público no sabe que la primera casa de juegos de la ciudad no fue autorizada hasta el año 1978 como una  alternativa de la Costa Este al imperio de Las Vegas en la oeste. Atlantic City está recién hecha, o si lo prefieres a medio hacer o aún por hacer.

Parte del éxito popular de la ciudad nació de su condición de escenario en el cine o por ser un lugar de playas y vacaciones alternativo para los neoyorkinos, pero también por haber circulado su nombre como referencia en el juego más difundido sobre finanzas, el Monopoly. Sus calles son un juego en más de un sentido.

¿Te gusta el tema de los espías? Ya sabes, tramas de espionaje, redes secretas, formas de espiar, cómo trabajan los servicios de inteligencia, los ardides y el bagaje de todo agente, la tecnología aplicada a la ocultación, la historia de los servicios secretos, las películas, ciberespionaje, contraterrorismo, espías, dobles espías, triples espías…

Si eres un entusiasta, un auténtico friki del espionaje, tienes una Meca, un lugar de peregrinación, el Museo Internacional del Espionaje de Washington, una muestra permanente que estará al nivel de tu fascinación. Seguro.

Muchos viajeros que se asoman a lugares distantes buscan encontrarse con realidades que les devuelvan un sentido de la vida diferente, distinto al propio, que les hable de diversidad, de formas de vida más naturales, más ajustadas al medio, de inquietudes y puntos de vista que deslocalicen los sentidos propios.

Son viajeros que buscan algo más en sus viajes, valores, y de paso una comprensión en caliente de la diversidad del mundo y de sus gentes.

En el corazón de África, en Asia, en Oriente Medio, pero también en Occidente, incrustados en el corazón del primer mundo. Una de las comunidades humanas más sorprendentes occidentales por la opción que han elegido son los amish de Estados Unidos y Canadá que han renunciado a todo lo que huele a moderno, para enraizarse en comunidades llenas espíritu comunitario y de valores.

Me encantan los símbolos, y más si son antiguos, si tienen tradición, y, al verlos o al tocarlos, no me resulta difícil abandonarme a la idea de volver atrás en el tiempo. Los símbolos vivos creo que nos ayudan a dar la mano a los protagonistas del pasado, de nuestro pasado. En unos casos, esos ecos nos llegan de personas ancianas, en otras, son objetos que se sienten como reliquias.

En Estados Unidos, en un rincón de la ciudad de Filadelfia, en un espacio reservado del  Independence National  Historic Park,  se levanta  el Liberty Bell, que alberga uno de esos símbolos únicos conmovedores, que para el turista es una atracción, pero para el norteamericano de cualquier condición representa un ideal.

Las zonas verdes son pulmones para respirar aire puro y para alegrar la vista, sobre todo en las grandes ciudades en las que las congestiones del tráfico y la masificación de la población se perciben como una distorsión de las necesidades de los ciudadanos. Los parques públicos tienen así función de abrir las ciudades a la naturaleza y a las sensaciones más naturales.

Parques los hay de todos los tipos y colores –por la vegetación dominante- pero algunos tienen personalidad propia, una identidad que los caracteriza, nacida de su historia o de su uso colectivo. Algunos de esos parques singulares me vienen a la memoria y las experiencias vividas en ellos.

Nueva York es un destino colosal. Todo es grande, inmenso. Desde los edificios, a las distancias a pie, pero, sobre todo, hay una grandiosidad forjada en la teatralidad familiar de un escenario que el cine ha convertido casi, casi, en calles de nuestro barrio.

Central Park, la Quinta Avenida, el MOMA, el Empire State Building, la Torre Chrysler, Manhattan, Queens, palabras que conocemos y que están afincadas en nuestra memoria como iconos.

Pero, de entre todos esos iconos, el que me resulta más atractivo es el de la Estatua de la Libertad, levantada en la Liberty Island en 1886, un regalo de la nación francesa a Estados Unidos en la conmemoración del primer centenario de la república.