En Mont Saint-Michel una pequeña ermita dedicada a Saint Aubert ofrece una imagen perfecta. Aislada en un extremo del peñón, parece escapar de él. Toda una alegoría. Pero la construcción medieval no lo cuenta todo a simple vista. Hay que repasar las leyendas del santo Saint Aubert para saber que ese lugar, precisamente ése, fue el sitio en el que nació su mística. Cuando una de sus proezas infantiles se hizo fama. Tumbó una piedra sagrada celta y gorda de una patada. Nada menos. De la piedra no queda nada, de su recuerdo, la ermita.
La roca del Mont Saint-Michel es una localización espectacular. Se convierte en territorio continuo en las bajamares, pero, cuando toca la pleamar, que es cosa espectacular y digna de ver en esta parte de la costa de Francia por sus alturas- el montículo histórico se hace isla y se aisla de la tierra firme.
Callejeando por las intrincadas callejuelas de Mont Saint-Michel, yendo arriba y abajo, nos podemos encontrar con rincones peculiares, arracimados sobre las pendientes de la montaña y dispuestos a sorprendernos a cada paso.
Yo tengo especial predilección por una capilla situada en un extremo de Mont Saint-Michel, la capilla de Saint-Aubert que se me antoja extendida en un peñasco que se aleja del monte isla. En una península que parece separarse de una montaña que se aleja de todo bajo el flujo del mar. Toda una alegoría. Un conjunto con una estampa muy original.
La Capilla de Saint-Aubert se encuentra en el extremo noroeste de Mont Saint-Michel, es sencilla. Se trata de un edificio rectangular con cubierta a dos aguas y con dos ventanas en arco. En su interior, una estatua venerada de San Aubert. Es un conjunto románico que fue levantado en el siglo XII, según los especialistas, por el abad Torigni, que lo fue de la abadía de Mont Saint-Michel entre 1154 y 1186.
La ermita se acomoda en el supuesto lugar en el que el santo San Aubert hizo su primer milagro. De hecho, en la antigüedad Mont Saint-Michel se denominaba así Pico de San Aubert en su honor.
Dice la leyenda que un campesino local, de nombre Bain, intentó desplazar una gran piedra que molestaba a sus actividades agrícolas. Los especialistas que han seguido el rastro creen que se trataba de un menhir antiguo. La intercesión del futuro Saint-Aubert, que era hijo del labrador, y que apenas era un niño de doce años, fue decisiva. Le dio una patada a la piedra gorda y la tumbó.
Que fuera un menhir, una piedra sagrada hincada de los celtas, tiene su sentido. El santo niño, aún sin tener conciencia de ello, pateó un símbolo del paganismo. En los tiempos del milagro de Saint Aubert, debían pervivir cultos antiguos en toda Francia que eran competencia de la fe cristiana. Que el protagonista del milagro fuera un niño le daba más verosimilitud al hecho, se trataba de un protagonista que era lo más parecido a un ángel, un ser humano aún sin contaminar por la sociedad.
Otro Aubert que hizo historia, que no milagros, el noble Aubert de Avranches, fue el responsable del primer acondicionamiento de la roca como lugar para vivir y quien se encargaría de promover las obras fundacionales de carácter religioso y defensivo sobre el peñón. Pero esa es otra historia.
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