La ciudad de Ámsterdam conserva un edificio que tiene una fama sangrienta. No, no porque en ella haya sucedido ningún asesinato. No, nada de éso. La Casa de la Sangre de Ámsterdam, en el centro de la capital holandesa, está llena de intrincados símbolos y mensajes escritos sobre su fachada. Sí, compuestos con sangre. Con letras de sangre procedentes de las venas de un político local de fama que fue embajador en el extranjero y que vivió en la casa.
La Casa de la Sangre de Amsterdam está situada en el número 216 de Amstel. Fue construida en origen por un comerciante de jabones holandés en la década de 1670. Su nombre: Gijsbert Dumber, pero no, no es el de la sangre, ése vino después.
El loco de la sangre fue Coenraad van Beuningen (1622-1693). Un político popular, reconocido por la gente de su tiempo que fue hasta en seis ocasiones alcalde de Ámsterdam. Pero en un momento dado, este señor empezó a marcar la fachada de la casa con símbolos escritos con su propia sangre.
Se dice que su locura comenzó cuando perdió la fortuna personal como consecuencia de una recesión económica y en su conducta algunos especialistas han querido ver también un caso de trastorno bipolar.
Van Beuningen se educó en el extranjero y en un momento dado se convirtió en embajador de la República Holandesa ante algunas de las grandes potencias de la época. También hay innumerables citas de su tiempo que hablan bien de él como promotor de grupos políticos, literarios y de estudios históricos. Se le tenía por un ‘diplomático experimentado’.
Sus problemas económicos fueron el resultado de invertir grandes sumas del país en una invasión de Gran Bretaña que tenía como objetivo derrocar al rey Guillermo II. Con esta creciente suma de gastos, quienes habían invertido dinero para apoyar la guerra, como nuestro personaje, se vieron abocados a la ruina. Se dice que Van Beuningen perdió un millón de florines en 1688.
Pero qué pintó en la fachada de la Casa de la Sangre de Ámsterdam? Pues un poco de todo, pero sobre todo, símbolos cabalísticos, arcanos difíciles de interpretar. Se dice que su locura llegó a tal extremo que sus propios sirvientes hasta lo tuvieron que encadenar en varias ocasiones para evitar que se hiciera daño.
Beuningen murió en la pobreza en 1693. En el recuento que se hizo de sus bienes al morir, se dejó por escrito que estaba en posesión de una capa, dos batas, algunas sillas, un escritorio, un espejo ovalado, cuatro taburetes viejos y un retrato de un hombre obra de Rembrandt valorado en siete florines (unos tres euros).
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