¿Te suena de algo los Faraglioni de Capri? ¿No? Son parte de las imágenes más evocadoras de la isla de Capri. Hermosos en las puestas de sol, visibles desde los jardines del emperador Augusto, transmiten un romanticismo mediterráneo que seduce a la vista. Pero hay más, los Faraglioni di Capri son una reserva natural llena de valores biológicos para los que su situación geográfica ha sido decisiva.
Los Faraglioni di Capri, los Acantilados de Capri, son una serie de tres pequeños islotes deshabitados cortados a pico en un extremo de la isla de Capri, unido uno de ellos, separados de tierra los otros dos del territorio continuo. Los tres tienen nombres propios. El de tierra es el de la Saetta (Flecha), el segundo, el de enmedio, es el de la Stella (Estrella), el de fuera es el de Scopolo (Pila).
El Acantilado de Saetta es el más alto de los tres con 109 metros sobre la rasa del agua, de la altura de un edificio de 33 plantas. El de la Stella tiene 81 metros de altura y presenta un túnel natural en su interior con un recorrido de 60 metros.
El nombre de ‘Estrella’ tal vez se deba a la colocación en un momento dado de la figura de la virgen en la cavidad, la de la Virgen de Libera, conocida como la ‘Stella Maris’, la Estrella de los Mares. Esta virgen tuvo santuario en el Monte Castligione en el siglo XIV. El último de los farallones, el de fuera, es el de Scopolo. 104 metros y lugar único donde habita el amenazado lagarto azul de Capri.
El lagarto azul, el Podarcis Siculus, debe sus tonos a una adaptación natural al medio marino que resulta, cuando menos, sorprendente. Se trata de una subespecie de otra que vive en el continente y en la península italiana.
El cuarto farallón
Se suele hablar de los tres farallones de la isla de Capri, pero para mucha gente de la isla hay un cuarto. Éste sería el Scoglio del Monacone, el Escollo del Monacone, situado también separado de la isla, pero ofreciendo una altura mucho menor. Lo de Monacone le viene por la denominación en italiano de las focas marinas que habitaron en el escollo hasta el año 1904.
En el escollo hay unos restos de mampostería romana que alguna leyenda adjudicó como la tumba romana del emperador Augusto. Teorías más coherentes hablan de que tal vez fuera un estanque para salar pescado o incluso lo que queda de un muro para cerrar un cercado dedicado a la cría de conejos.
Virgilio habló de los farallones de la isla de Capri en su Eneida cuando relató el mito de las sirenas. Farallones, en cualquier caso, procede la palabra griega ‘pharos’, que significa faro. De hecho, se dice que estas rocas se utilizaron para alumbrar las noches para marcar la costa para los navegantes que la frecuentaban. Obstáculos siempre peligrosos para la navegación en el entorno de la bahía de Nápoles.
Los farallones tienen un origen geológico kárstico, resultado de la acción de la concentración de carbonatos en esta parte de la costa de la isla de Capri. La acción del mar y la de los agentes atmosféricos acabarían por separar los farallones hasta convertirlos en islotes. Un proceso que sigue imparable.
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