Autor

Sergio Suarez

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Los palacios fastuosos de Versalles, o los mismos castillos del Loira, siempre se me han antojado como grandes parques temáticos. Especialmente cuando se los visita en los días de agosto, cuando los turistas parecen hacer de las residencias algo parecido a un hormiguero. Y es que, cada año el Palacio de Versalles, por ejemplo, recibe una media de tres millones de turistas; los jardines, siete millones. Ahí es nada.

Las residencias reales, las de condes y duques, en un país como Francia orgulloso de su republicanismo, me parece que se han quedado como palabras sin voz para sostener cualquier discurso en defensa del papel de una vieja nobleza que hizo historia. Las grandes casas están, pero nada de lo que fue es. Todas me parecen, como digo, escenarios vacíos.

Y ninguna dependencia me inspira una sensación de vaciedad mayor que la que daba vida a las fuentes y cascadas de la propiedad de un primo del rey Luis XIV, Luis II de Borbón-Condé, los Jardines del Gran Condé en el Palacio de Chantilly.

En un lugar de lo más concurrido de la ciudad de Edimburgo, los ciudadanos de cierta edad a los que les gusta figurar o llamar la atención y no pocos turistas advertidos harán por carraspear para sacar un escupitajo y manchar el suelo. Un gesto cargado de cierta autoridad y nobleza.

¿Nobleza escupir en el suelo? Pues sí, un gesto que allí no se considera falta, que no está penado por las ordenanzas municipales y que se puede decir que pone una nota continuista a una tradición de siglos. Pero no vale escupir en cualquier lado, de lo que se trata es de tirar a dar sobre el Corazón de Midlothian con desdén y flema escocesa.

La Catedral de Málaga lleva trabado un mote popular, como no podía ser menos en Andalucía donde quien no tiene apelativo es porque lo espera. A la Catedral de Málaga, la llaman La Manquita, porque sólo tiene una torre, la del lado norte, la opuesta, en el sur, tenía que haberse construida a finales del siglo XVIII, pero nunca se iniciaron las obras. A finales del dieciocho, el edificio había visto detenida las ampliaciones durante mucho tiempo y, para cuando se dispuso de los recursos económicos, al dinero se le dio otro uso.

Una placa situada en la base del arranque de la torre recuerda que los fondos fueron empleados en 1782 para financiar a los rebeldes americanos enfrentados a los ingleses en las trece colonias de lo que luego serían los Estados Unidos. La Manquita de Málaga quiso ser revolucionaria.

Roma no se hizo en un día, ya lo dice el dicho, se construyó a lo largo de generaciones y su imperio se apuntaló con infinidad de  leyes y obras, civiles unas, militares otras.

No hay ciudad europea, africana o asiática que no saque pecho cuando el descubrimiento de muros romanos enterrados puede convertirse en reclamo turístico. Otras ciudades se contentan con un patrimonio muchísimo menor, pero también hacen orgullo de monedas y ánforas naufragadas dos mil años atrás. Roma sigue teniendo mucho tirón popular.

Uno de esos lugares periféricos donde Roma dejó huella lo justo fue Escocia. Tierra de frontera, la Muralla de Adriano fue el limes británico con el que Roma quiso dejar en su rincón a las tribus de los belicosos pictos del norte allá por los primeros años de nuestra era.

Los  canales de Venecia se cruzan con infinidad de puentes. Algunos son majestuosos, obras de arte y de ingeniería increíbles. Al menos dos no tienen muros de protección laterales, algo común en el pasado, pero uno de ellos, con pasamanos tuvo una aplicación pintoresca, pintoresca.

Se utilizaba para hacer descansar y exhibir los atributos delanteros superiores de las prostitutas venecianas. Es el Ponte delle Tette, el Puente de la Teta. Su historia es curiosísima. Te la cuento.

Muchos lugares del mundo se definen por un nombre principal, propio o por un calificativo. Es como una especie de marca que funciona maravillosamente bien para comercializar un destino turístico, pero que también se comporta con un valor negativamente reduccionista.

Así, China es, para mucha gente, Pekín, su Ciudad Prohibida y La Muralla; París para otra gente que no viaja mucho la Torre Eiffel; Berlín su Puerta de Brandenburgo y Nueva York tres, cuatro, cinco lugares emblemáticos que nos han descubierto las series de televisión y el cine. Nos quedamos con los nombres que nos suenan.

¿Y Mallorca? Nuestra Mallorca. Sí, playas, calas, aguas cristalinas, Mediterráneo ¿y qué más? Para otra mucha gente, poco más, si alguna vez han considerado que hay algo más.

Los juguetes forman parte de los mejores recuerdos de cualquier vida, pasada y presente. Muchos de ellos nos dejaron huella y no pocos formaron parte de la primera vocación que el tiempo convirtió en trabajo, futuro y medio de vida.

Una mirada hacia atrás, un recorrido por los juguetes que hicieron época nos traslada al encuentro de nuestras primeras felicidades, a aprendizajes y a la compañía de amigos en tardes echadas en calles o parques. Los juguetes son parte de las fotos fijas de nuestros recuerdos.

Si sientes como propias esas sensaciones y mantienes vivos esos recuerdos tengo un juego para ti. El de volver a jugar viendo cómo se jugaba con los juguetes. Juguetes de todos los tiempos.

San Gimignano es un pueblo medieval de la Toscana hermoso, hermoso de verdad. La gente acude a sus calles para perderse en su entramado de estrecheces. Los frescos del Duomo, la Collegiata, el Palazzo del Popolo, el Museo Cívico, el terrorífico Museo della Tortura, el de Arte Sacro, el Arqueológico, la Iglesia de San Agustín, el Castillo de La Roca y La Fonti, la fuente medieval, son los segundos grandes atractivos de una población labrada en piedra que parece asida a un tiempo diferente al actual.

Y digo segundos grandes atractivos, porque los primeros se me antojan los más visibles, los que representan las 14 torres del medievo que erigieron las familias más adineradas del lugar para demostrar sus medios económicos. Su opulencia brotada hacia arriba.

En Londres, puedes encontrar muchos monumentos y rincones que te pueden resultar chocantes. Como si estuvieran fuera de lugar. Una de esas estructuras es el Obelisco de Cleopatra, la también llamada Aguja de Cleopatra, situada en el distrito de Westminster.

En realidad, la pieza nada tiene que ver con Cleopatra, pero la cultura popular le cargó un afortunado sambenito que cuajó. En realidad, su labrado en piedra de Asuán se corresponde con el reinado del faraón Thutmosis III, que gobernó allá por el 1.450 AC. Y fueron los romanos, los que siglos después lo trasladaron de su emplazamiento original en la ciudad de Heliópolis a la costera Alejandría, tal vez para embellecerla, tal vez para llevarse el monumento por mar a un destino más noble.

Un concepto muy extendido de la idea de lo que es arte nos lleva a considerar sus piezas como únicas, envueltas en conceptos y manejos que sólo están al alcance del ingenio y de las habilidades de los artistas consagrados. Una idea que traducida a tu lenguaje, al mío y al de tu portero vendría ser algo así, como ‘tú no puedes hacer un Picasso porque te falta lo que tienes que tener’, que debe ser mucho.

Sin embargo, cuando nos tropezamos con las interpretaciones de los creadores irreverentes más modernos, no es difícil que se nos suba para arriba una idea de que lo que hace esa gente pueda estar entre nuestras habilidades. En una expresión: ‘eso lo hago yo con una mano atada a la espalda’, o así.

Pocas cosas nos conectan con el pasado remoto como la vida vieja, la vieja de verdad, no la que se conforma en piedras de fósiles, me refiero a los árboles más que centenarios que nos llevan lejos en el tiempo con sus troncos cuarteados, con sus arrugas ganadas en mil batallas frente a los elementos.

No hay lugar en el mundo que no se precie de tener de verdad una sequoia, un drago, una palmera, una higuera, una encina, un pino que resista a un análisis condriológico y que devuelva la certidumbre de una datación que nos revele que la planta respiró el mismo aire que El Cid, que Hernán Cortés, que cualquiera de los reyes y personajes mundanos que aparecen en los libros de historia.

Te voy a contar tres anécdotas curiosas de Berlín que no creo que aparezcan en ninguna de las guías de viaje al uso, porque son cosas que tienen que ver con lo cotidiano de sus ciudadanos y que creo que tampoco resultan un atractivo en sí mismo del que se puedan sentir orgullosos los berlineses.

Pero que quieres que te diga, a mí me parecen como el color, o si quieres, como la pimienta, que da el tono con el que se disfruta una visita a un lugar que no nos resulta familiar. Retazos que ofrecen ironía, equívocos y un forzar las cosas que le dan vidilla al lugar que visitamos y que nos lo hacen ver de otra manera.

¿Te gusta el tema de los espías? Ya sabes, tramas de espionaje, redes secretas, formas de espiar, cómo trabajan los servicios de inteligencia, los ardides y el bagaje de todo agente, la tecnología aplicada a la ocultación, la historia de los servicios secretos, las películas, ciberespionaje, contraterrorismo, espías, dobles espías, triples espías…

Si eres un entusiasta, un auténtico friki del espionaje, tienes una Meca, un lugar de peregrinación, el Museo Internacional del Espionaje de Washington, una muestra permanente que estará al nivel de tu fascinación. Seguro.

La Plaza de Chinchón, la principal de la localidad madrileña, tiene mucho de sus orígenes medievales, una planta circular pero irregular que nos cuenta que la ordenación del espacio fue cosa por terminar y que la función principal del lugar fue habilitar viviendas bajo las que cobijar lugares protegidos de la lluvia y del sol ardiente del verano en los que comerciar con lo que la comarca, y aún tierras distantes, podía ofrecer.

La Plaza de Chinchón fue un centro comercial, una gran superficie como la llamaríamos ahora, pero también un espacio lúdico, para fiestas y corridas de toros, utilidad que comparte también con los mismos centros de ocio actuales.

Livio de Marchi tiene algo de San José y otro poco de Gepetto; del padre de Jesús, la devoción de los incondicionales que admiran su estilo extravagante y del padre de Pinocho su amor y dedicación al trabajo.

Y como ambos, Livio de Marchi es carpintero, pero un trabajador de la madera alternativo, excéntrico, sorprendente y más calificativos que siempre se quedan cortos. De Marchi, es un creador, un artista de la madera que no debes dejar de ver en tu próxima visita a Venecia. Porque Livio de Marchi tiene taller y espacio de exposición en la Ciudad de los Canales.

Muchos viajeros que se asoman a lugares distantes buscan encontrarse con realidades que les devuelvan un sentido de la vida diferente, distinto al propio, que les hable de diversidad, de formas de vida más naturales, más ajustadas al medio, de inquietudes y puntos de vista que deslocalicen los sentidos propios.

Son viajeros que buscan algo más en sus viajes, valores, y de paso una comprensión en caliente de la diversidad del mundo y de sus gentes.

En el corazón de África, en Asia, en Oriente Medio, pero también en Occidente, incrustados en el corazón del primer mundo. Una de las comunidades humanas más sorprendentes occidentales por la opción que han elegido son los amish de Estados Unidos y Canadá que han renunciado a todo lo que huele a moderno, para enraizarse en comunidades llenas espíritu comunitario y de valores.

Parque Jurásico es una película que va camino de convertirse en una cinta de culto para los amantes de los tiempos remotos de la Tierra, para los buscadores de mundos perdidos armados con argumentos imposibles entre paisajes, faunas y floras exóticos.

Pero ¿qué pensarías si te dijera que tienes posibilidades, cerca, a tu alcance, de caminar por un auténtico parque jurásico aquí mismo y con la seguridad de que sólo te asaltarán lagartos de un palmo? ¿Qué de qué hablo? De un parque jurásico de libro que es parque natural en la serranía de Antequera.

La ciudad de Roma está llena de detalles que hacen las delicias de los viajeros más curiosos. Su patrimonio histórico artístico está literalmente en la calle o es accesible para los viajeros, a la vista o al alcance. Afuera, esculturas, formas arquitectónicas se deshacen en trampas estéticas para las miradas sensibles; dentro, en los interiores, las oportunidades de recrear el gusto por lo pequeño se queda sin límites.

Tal vez sea el carácter latino de los italianos, estetas que llevan el gusto por la composición en la sangre; tal vez sea por un instinto natural, por querer ver y mostrar otro lado de la realidad de una Roma que se puede ver igual de grande en sus pequeñeces.

No hace falta ir muy lejos para abocarnos a precipicios y alturas, para sentir correr la adrenalina durante algunos minutos. Montañas, riscos, acantilados marinos se nos ofrecen siempre cercanos como experiencias para conseguirlo, a las que vamos y de las que venimos. Porque allí se quedan para repetirlas o para recordarlas.

Pero ¿y vivir siempre abocado a darse el trompazo? Comer y dormir en una aparente inestabilidad ¿Es posible vivir así todo el tiempo? Sí, sí, hay quien vive así y no precisamente dedicándose a trabajos de circo.

¿Te gustan los museos del horror? No los túneles del miedo oscuros de los parques temáticos de las ‘divertilandias’ de moda, nada de los de sustos macabros de casas del miedo de postín o los aires lúgubres de los museos de cera que están más vistos que el tebeo. Me refiero a exposiciones macabras. Tétricas, macabras de verdad.

Si es así, tengo una sorpresa para ti, un descubrimiento propio. En Santillana del Mar hay un museo de ese tipo, que te dejará un mal sabor de boca y el cuerpo algo destemplado. Prepárate, te hablo del Museo de la Inquisición y de la Tortura. Un dos por uno que no olvidarás.

Soy cafetero y hasta hago profesión de ello. Me encanta visitar ciudades y acudir a los lugares donde se sirve, o dicen que sirven, los mejores cafés y saborearlos. Esa es mi parte cafetera de los viajes.

Conozco cafeterías de altos vuelos pero con cafés mediocres prensados y pensados para turistas, pero también muchos tugurios a los que sólo se acerca la gente de los barrios con cafés que quitan el ‘sentío’.

Cafés arábicos expresso excelentes y tirados con mucho tino, con dos bajadas de pistón, ya sabes, a la italiana, para oxigenarlos y extraer todas sus esencias, aromas y sabor.

Maríamoco era una gitana de Cádiz que hizo de un tramo de las galerías bajo tierra de la ciudad su casa y la de su gente. La Maríamoco era, al mismo tiempo, una leyenda, lo suficientemente irreal como para que la chiquillería de los barrios no se atreviera a bajar a las galerías tapiadas, cerradas y anegadas de agua de mar.

Fíjate bien. Hay dos Cádiz, una la que vive en las superficie, la que apunta y despunta en guías y postales, la de bares, catedral, iglesias, callejuelas y puerto; y otra, subterránea, la que no se ve.

A Venecia se va a admirar su patrimonio artístico, a disfrutar de la originalidad de sus canales, del hecho de vivir durante unas horas o unos días, literalmente, salvado de las aguas. Y a Murano, una isla situada a poca distancia de Venecia, más bien por la parte de atrás, se va a ver cristalería.

Murano es un centro de elaboración de piezas de cristal tradicional que viene a ser como un complemento de un viaje a Venecia. Se suele decir ‘compra en Murano, porque en Venecia todo está imposible’, con todo tipo de variaciones.

Las pinturas de la Capilla Sixtina de la Catedral de San Pedro de Roma son una cima inalcanzable del arte universal. Sus pinturas, su miríada de personajes, se pueden leer tal cual, como recreaciones de diferentes pasajes de la Biblia, o, de una manera menos obvia, como aviesas o curiosas puestas en escena con las que su autor quiso decir sin decir.

Miguel Ángel pintó el techo de la Capilla Sixtina y se resistió a hacerlo porque siempre pensó que su arte era el de esculpir y que alguno de sus artistas enemigos le habían propuesto al Papa para verlo fracasar. Pintó, en dos etapas, más de 300 figuras para la Creación, el Juicio Final, El Diluvio Universal, Adán y Eva o el Jardín del Edén.

¿Qué te parece un viaje a una tierra de piedras preciosas? Lo de las piedras preciosas no es un ejercicio de estilo literario, ni nada que toque la fantasía, es real.

Lo que te propongo es un viaje de aventura a un extremo del territorio argentino para descubrir lo que la naturaleza ha hecho por la tierra para hacerla brillar con un fulgor especial.

En Wanda, en el extremo nororiental de Argentina, y en la provincia de Misiones, se da un curioso fenómeno geológico que ha dejado sobre el suelo de la zona toda una colección de piedras semipreciosas con formas extrañas y colores aún más pintorescos. Te lo recomiendo.