Nueva York es un destino colosal. Todo es grande, inmenso. Desde los edificios, a las distancias a pie, pero, sobre todo, hay una grandiosidad forjada en la teatralidad familiar de un escenario que el cine ha convertido casi, casi, en calles de nuestro barrio.
Central Park, la Quinta Avenida, el MOMA, el Empire State Building, la Torre Chrysler, Manhattan, Queens, palabras que conocemos y que están afincadas en nuestra memoria como iconos.
Pero, de entre todos esos iconos, el que me resulta más atractivo es el de la Estatua de la Libertad, levantada en la Liberty Island en 1886, un regalo de la nación francesa a Estados Unidos en la conmemoración del primer centenario de la república.